dimarts, 30 de març del 2010

Molt bo

Por qué no voy al teatro (1)

A los que sobreactúan no tendrían que llamarles actores, sino 'sobreactores'

QUIM MONZÓ | 30/03/2010 | Actualizada a las 00:42h | Cultura

Carles Canut –director de la Fundació Romea per a les Arts Escèniques– me propuso hace meses charlar con espectadores el día mundial del Teatro y, como desde otoño, asocio a Canut con unos días gastronómicamente espléndidos que pasé en el Pallars Sobirà, de la mano de La Xicoia, pues no supe decirle que no. Si ayer todo salió según lo previsto, la charla tuvo lugar en el teatro Romea al anochecer, pero, como de los de la farándula no me fío ni un pelo, dejo aquí, durante tres días, constancia escrita de lo que en principio tenía intención de decir.

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¿Por qué no voy al teatro? Pues por diversas cosas. Porque siento vergüenza por los actores que están en el escenario, por ejemplo. No sólo por si lo hacen bien o mal, sino porque es aterrador que la respuesta del público se convierta en veredicto. Yo dejé de colaborar en televisión porque, en el programa en el que intervenía, había una grada con público. Yo decía mis cosas ¡y a veces ellos reían! En radio tienes sólo un micro delante, y si en casa la gente ríe o llora no te enteras. Pero, en el plató, ese público se convierte en juez de tu actuación. Si entienden lo que dices y reaccionan, queda que lo has hecho bien. Si un día no reaccionan queda como que lo has hecho mal, aunque lo que en realidad suceda es que no han captado los dobleces de lo dicho. Eso es injusto.

No voy al teatro desde que se puso de moda que los actores bajasen del escenario y se metiesen con los espectadores. No voy por los sonsonetes, las
cantarelles, las voces impostadas, los actores que sobreactúan... A los que sobreactúan no tendrían que llamarles actores. Actores son los que hacen su papel y punto. Los que sobreactúan deberían llamarse sobreactores. No me imagino a James Gandolfini en un bar, diciendo con tono impostado: "Sisplaau, caambreer... ¿Que em podrííeu posaaaar un carajiiillo de conyaac...?". No voy porque se nota que fingen. No son el Dux de Venecia, ni Madre Coraje. Lo simulan. Un actor de verdad es el mangui que en el chaflán de Sepúlveda y Viladomat te aborda, te explica que le han robado la cartera y que necesita veinte euros para coger el tren y volver a Tarragona. Tú dudas. Eso sí que es un actor. Sobre todo si finalmente le das los veinte euros y al cabo de dos días te lo vuelves a encontrar en otro cruce de calles, repitiendo la misma mentira.

No voy al teatro porque nunca me han gustado los grupos. No me gustan las cenas con más de cuatro personas, ni las reuniones, ni las fiestas. ¿Cómo me va a gustar el teatro, si está lleno de gente que a veces tose, estornuda y carraspea? He dejado de ir al cine más o menos por lo mismo. Eso sí: hay que reconocer una ventaja clara a favor del teatro. En los teatros no tienes al lado gente que no para de comer cacahuetes tostados, provista además de enormes vasos de Coca-Cola con pajitas de las que van chupando constante y ruidosamente.