diumenge, 26 de setembre del 2010

EL TEXT DE L'HOMENATGE D'AHIR A GIL DE BIEDMA


CUANDO LA CULTURA ERA SEXY

La primera vez que entré en el restaurante Ca l’Estevet, en la calle Valldonzella de Barcelona, lo hice de la mano de dos periodistas más. Sólo uno de ellos, que actualmente es la mano derecha de Mònica Terribes, la actual directora de TV3, había estado ya en el local. De hecho, fue gracias a su sabio consejo que nos aventuramos en aquella calle tan cercana a la facultad de periodismo privada más importante de Barcelona, que lleva el nombre del padre fundacional de la lengua culta catalana: Ramon LLull, nacido en Mallorca y el primer hombre que se atrevió a escribir filosofía en una lengua que no fuese el latín (y que tuvo sus inicios como poeta trovador y perseguidor a caballo de doncellas, pero esta ya es otra historia). Al cruzar el quicio de la puerta nos invadió el olor a madera vieja. Teníamos que esperar, nuestra mesa aún no estaba lista, pero en las paredes del local teníamos la historia viva de Barcelona: fotos dedicadas de futbolistas –ahí estaba el holandés volador, el hombre que más sabe de fútbol del mundo, Johan Cruyff-, de artistas y de escritores. Había una de Juan Marsé dedicada a los cocineros de la casa. Lo mejor es que Juan Marsé estaba sentado ante mí dando buena cuenta de una ración de habitas a la catalana cuya pinta nos convenció para pedirla como entrante. En el local, en aquella cena, estaba la historia de nuestra historia, porque en los años sesenta en esas mesas de Ca l’Estevet, en el Raval, que entonces era el distrito V o el Barrio Chino, en Barcelona, estaba empezando a forjarse lo que con el tiempo se llamó La Gauche Divine, ni más ni menos que el movimiento intelectual y cultural de oposición antifranquista más importante del Estado español desvinculado de las tradicionales formaciones políticas, del terrorismo armado o de la guerra de guerrillas.

La Gauche Divine fue un invento con fortuna que con el tiempo ha derivado en un nombre mítico, pero que en sus orígenes como denominación no fue nada más que una simple genialidad de buen gacetillero. De nuevo los periodistas forjando la historia. Joan de Sagarra asistía a la presentación de Tusquets editores y para no tener que escribir el nombre de todos los asistentes, aseguró que allí estaban “todos los de la Gauche Divine”. Lo curioso del caso es que sus lectores sabían exactamente de quienes estaba hablando. Y eso que el grupo era nutrido y generoso. La Gauche Divine tenía a sus seniors, entre los que estaba ese poeta sensacional que es Jaime Gil de Biedma, a quién hoy rendimos homenaje; Oriol Bohigas, Albert Puig Palau, Federico Correa, Ricardo Muñoz Suay, Josep Maria Castellet o ese impresionante escritor y editor que fue Carlos Barral o el grandísimo poeta Gabriel Ferrater, tal vez el más importante de la literatura catalana de la segunda mitad del siglo XX junto con Vicent Andrés Estellés. También estaban, por supuesto, los Goytisolo. Después había dos músicos de la talla de Joan Manuel Serrat y Maria del Mar Bonet, aunque los músicos tenían sus propios grupos, bien los de la Nova Cançó o bien los del Grup de Folk, que posteriormente desembocarían en uno de los movimientos musicales más interesantes del estado español, el llamado Rock Laietà y los cantautores galácticos con Jaume Sisa y Pau Riba a la cabeza; estaban los fotógrafos Colita, Xavier Miserachs y Oriol Maspons, a quienes les debemos también buena parte de la existencia del grupo, puesto que sin sus imágenes nos habríamos perdido el documento de todo el movimiento, estaban los periodistas como Joan de Segarra y los directores de cine como Romà Gubern y los de la Escuela de Barcelona; había editores como Beatriz de Moura y Rosa Regás, estaban las musas como Serena Vergano, Romy, Teresa Gimpera, Elsa Peretti, Eve y Susan Holmqvist, estaban los teenagers que son tan importantes como por ejemplo el editor Enrique Vila Matas, uno de los grandes monstruos de la edición independiente europea o Gonzalo Herralde, los enfants terribles que fueron encabezados por Terenci Moix, junto con Óscar Tusquets y luego había unos cuantos chicos sudamericanos llamados ni más ni menos que José Donoso, Alfredo Bryce Echenique, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. A veces también se paseaba con ellos Manolo Vázquez Montalbán, aunque a menudo les mirara con desdén marxista y conciencia de clase y les pusiera un poco a parir en la prensa de la época, tal vez porque Manolo ya sabía como acabaría todo aquello. Y además estaba ese genio de los negocios que es Oriol Regás. A Regás le he dejado para el final porque tal vez sea el hombre más importante de todo el grupo y el menos reconocido. Él fue el fundador de Bocaccio, el local más emblemático de la historia de la noche barcelonesa –con excepción del bar Pastís, el bar Marsella, l’Ascensor o la coctelería Boadas, todos en el centro de la ciudad- y de la discoteca más glamourosa de Cataluña y de parte del Mediterráneo, el Up&Down. Es justo reconocerlo, porque sin Bocaccio no existiría la Gauche Divine y sin el Up&Down la Barcelona olímpica y pija habría sido muy distinta.

La Gauche Divine aglutinó en la discoteca Bocaccio a un grupo muy heterogéneo de ciudadanos manifiestamente antifranquistas y con inquietudes culturales que en buena parte provenían directamente de la alta burguesía ilustrada catalana o eran hijos de la misma. Eran los niños de la posguerra y en muchos casos, en esa oposición al franquismo, había también una rebelión contra la institución familiar, contra la política convencional y contra la iglesia, además de muchas ganas de reír y mucha libertad sexual, aunque menos de la que cabría imaginar. La Gauche Divine tuvo también, como es lógico, otros espacios míticos y ese espacio natural se representaba en la Costa Brava y muy especialmente en los pueblos de Cadaqués y de Begur. La Gauche Divine hablaba en catalán y se relacionaba en catalán a pesar que mayoritariamente escribía en castellano y editaba sus libros en castellano –hubo notables excepciones como Castellet i Ferrater y algunos de los más jóvenes del grupo, como la interesnatíssma Montserrat Roig, que nunca se integró plenamente en la Gauche por demasiado joven-, e incluso sus editores se permitían el lujo de equivocarse, como le pasó a Carlos Barral al no querer publicar Cien años de soledad en su editorial, aunque como descargo hay que decir que Barral siempre consideró que “a los editores se les debe recordar por los libros malos que publicaron y no por los buenos que dejaron de editar”, y en su caso fueron muy pocos los libros malos.

Esta burguesía ilustrada antifranquista se benefició del paso del tiempo. Eran los años sesenta, España necesitaba divisas, el ministro de Información y Turismo del gobierno de Franco, Manuel Fraga –todavía en activo como presidente de honor del Partido Popular español- inició una tímida maniobra aperturista y el régimen ya llevaba 25 años en el poder, 29 si contamos con el inicio de la Guerra Civil, con lo cual hubo una pequeña relajación. Que nadie se confunda, el franquismo fue franquismo hasta el final y en los últimos años se firmaron penas de muerte y condenas hasta el final, a pesar incluso de la movilización europea y vaticana como en el caso de Salvador Puig Antich. No hay que olvidar que el antifranquismo, que existió, tuvo que ver como Franco moría en la cama y como con la transición se pacto el olvido de 40 años de muerte y castración. Pero Cadaqués estaba muy cerca de Francia y Cataluña muy cerca de Europa, por contraposición con Madrid. Por tanto, la modernidad y la apertura llegó a la Costa Brava con los turistas que ya en los años 20 quedaron fascinados por la zona y de ahí se extendió hasta Barcelona. No es lo mismo si tus compañeros de toalla y playa son Dalí, Marcel Duchamp o Marc Chagall. Bocaccio combino, pues, la intelectualidad de sus clientes con las go-go girls, los viajes organizados y la exhibición de las parejas con sus amantes con absoluta normalidad. Entre 1965 y 1975 (algunos toman el 1971 como año del fin de la Gauche divine, otros lo alargan hasta la muerte de Franco), Barcelona vivió una década de creatividad cultural de primer orden y se convirtió en la gran capital, por lo menos literaria, del mundo de habla hispana, pero estrechamente vinculada con Paris, Milán y Roma.

Está claro que en este ambiente Jaime Gil de Biedma se sintió ampliamente reconfortado, aunque tuvo la decepción de intentar entrar en el PSUC (el heredero del partido comunista en Cataluña) y que se le negase la entrada en el mismo por su condición de homosexual, por ejemplo. Gil de Biedma participó en uno de los actos considerados finales de la Gauche Divine, cuando el 11 de mayo de 1971 se celebró la fiesta de 50 cumpleaños de muchos de los seniors de esa generación, incluido él mismo. A partir de aquí la diversión se mezcló con la política oficial y el posicionamiento de cada uno de cara a la transición y las cosas fueron diferentes.

Una de las mejores definiciones sobre lo que fue la Gauche Divine se la debemos precisamente a la mujer que mejor la retrató: la fotógrafa Colita, que asegura que “éramos gente joven, guapa, con energía, con sentido del humor y después se ha demostrado que con talento. Pero entonces no lo sabíamos. Cada uno pensaba en su propia vocación: yo quiero ser fotógrafa, yo editora, yo actriz… y teníamos el afán de aprender. La cultura nos interesaba. La cultura era “sexy””.

Sin ninguna clase de dudas, la Gauche Divine fue un movimiento espontáneo que se aglutinó por afinidades electivas, que tuvo un marcado cariz elitista e intelectual y que no solo fue vital en el fin del franquismo sino en la incorporación de la modernidad en la cultura española a través de una ciudad, Barcelona, que se convirtió en el epicentro de un mundo. Aunque como dijo el poeta, eso todos lo aprendieron más tarde:

“Que la vida iba en serio

Uno lo empieza a comprender más tarde

-como todos los jóvenes, yo vine

A llevarme la vida por delante”.

En esa Barcelona, en esa burguesía ilustrada, en esa convivencia entre la cultura catalana y la española que fue una de las claves principales del antifranquismo, tenemos que enmarcar la obra personal e intransferible de Jaime Gil de Biedma, ese príncipe de las letras que tanto enseñó a los más jóvenes sobre lo terreno y sobre lo divino.