dimarts, 13 de juliol del 2010

LLÀTZER MOIX A LA VANGUARDIA

Libros cúbicos

La edición electrónica abre horizontes a los rechazados por la edición de papel

LLÀTZER MOIX | 11/07/2010 | Actualizada a las 03:31h | Cultura

Buenas noticias para los malos escritores. O, mejor dicho, para los presuntos malos escritores; para aquellos que han paseado sus originales por varias editoriales, siempre sin éxito. El año pasado, mientras las ventas de libros convencionales caían en EE. UU. un 1,8%, hasta los 23.900 millones de dólares, las de libros electrónicos se triplicaban. Por ahora, la distancia entre la edición en papel y la electrónica es grande. Pero podría menguar rápidamente y, a finales del 2012, quizá el 20% de los ingresos por títulos vendidos procedan del soporte electrónico.

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¿Qué tienen que ver los presuntos malos escritores con la deriva digital del libro? Pues tiene que ver mucho, puesto que en los últimos meses los autores condenados a la autoedición, ya fuera por la baja calidad de sus textos o la miopía de los editores, han hallado en EE. UU. a incontables almas caritativas; a empresas dispuestas a facilitarles, en soporte electrónico, la edición que sobre papel les era negada. Y no son empresas del montón, sino los adelantados digitales. Amazon ha creado la Kindle Digital Text Platform, donde los noveles pueden colgar y vender sus obras. Apple hace lo propio desde iBookstore. La cadena de librerías Barnes& Noble les imitará este verano. Y otros emprendedores sueñan ya en conquistar su parcela del Oeste digital, como en su día hicieron Google o Facebook.

Este progreso tiene sus damnificados. En primera instancia son los editores tradicionales, que ven debilitarse su poder sobre la selección, la producción y la distribución del libro. La marabunta digital, que ha tenido efectos letales para la industria discográfica, y que tiene a la prensa tumbada en el lecho del dolor - o de muerte-,apunta ahora hacia el sector editorial. La idea de que el libre acceso a las redes sociales electrónicas nos convierte a todos en músicos, en periodistas o escritores sigue ganando peso. Y, en paralelo, el papel de aquellos que no hace tantos años parecían llamados, merced a su formación, a canalizar el desarrollo del entretenimiento, la información o la cultura, sigue con la operación bikini. Quizá la progresiva delgadez no sea, a la postre, sinónimo de desaparición. Pero bien podría ser que la capacidad de los editores cultivados para definir y elevar el gusto de una época esté agotándose.

Nada hay que objetar al hecho de que un policía, un ama de casa o una profesora satisfagan su vanidad literaria accediendo a la publicación digital de su novela. Pero quizá los impulsores de la autoedición electrónica no serán mejores que los editores de papel. Porque son proveedores de contenedores, antes que de contenidos, y su interés se centra más en la optimización de su
container que en la calidad de lo transportado.

Dicho de otro modo: si en el fútbol mandaran los transportistas, el Mundial de Sudáfrica que hoy acaba quizá se hubiera jugado con balones cúbicos, que son más baratos y apilables.